El placer y el gozo
Vivía ocupada, parecía que el tiempo pasaba muy rápido. Cuando llegaba la noche, me daba cuenta de lo largo que había sido el dia, mi cansancio y algunas veces el dolor en mis piernas me hablaban de todo lo recorrido, mi cuerpo agotado hacía el inventario de mi labor del día y el cansancio me decía: ya no es hora de hacer nada más que meterte en la cama, y así comenzaba el ciclo de nuevo, casi inconsciente.
Estaba inmersa en el ciclo agotador de pertenecer al desgastante sistema con el que funciona el mundo. Recordé la fantástica frase de Mafalda: ¡Que detengan el mundo que me quiero bajar!, ahora me doy cuenta que muchas veces vuelvo a esa frase que me permite ver que estoy en la rueda del hamster y aunque sé que yo sola no voy a cambiar el sistema, si puedo cambiar mi percepción de él, puedo cambiar lo que siento y puedo andar en el mundo sin pertenecer a él. Puedo dejar de hacer juicios y darme cuenta que ese es el camino a la paz.
El mundo muestra como está la sociedad, pero también me muestra las infinitas posibilidades de elección que poseo mientras viva.
Hoy en día me doy cuenta que lo único urgente es vivir en presencia y para ello tengo que ir más lento.
Hacer mi trabajo consciente me invita a detenerme, hacer pequeñas interrupciones a lo automático, disminuir la prisa para sentir que estoy en presencia, conectar con esa sensación me lleva a la calma.
Hacer el ejercicio de decidir estar en el instante presente, es en realidad un ejercicio de volver a mí, y de reconectar con los placeres sencillos.
Hoy en día me encanta la sensación que produce estar sentada una tarde serena hablando de la vida, con el corazón en la mano, sin pretensión alguna.
Ahora cada día me siento en mi sofá en presencia, disfrutando de Dolce far niente.
En mi presente me doy el permiso de desconectarme de la tecnología, de la rutina, de las conversaciones que no me nutren, para permitirme la coneccion con mi corazón y así darme la maravillosa oportunidad de sentir ese placer.
Darle al placer un lugar importante no es opcional, ahora es necesario, no es un lujo, es sentir que estoy viva. Y no estoy hablando de placer superficial, hablo de ese placer simple, humano, íntimo, ese que se experimenta con todos los sentidos. El placer de una comida sin prisa, de una caminata, de un abrazo largo, de una conversación honesta, el placer de acostarse en sábanas limpias, el placer de respirar profundo, de dormir con poca ropa, de reír, de simplemente escuchar música, del café de la mañana, de bailar sola, el placer de un aroma que me gusta.
El placer que no necesita testigos, el que no se sube a las redes y tampoco tiene por qué explicarse.
Esos placeres no ostentosos que me invitan a volver a mí y a quedarme en ese momento sin tiempo.
Volver a mi es también volver con cariño al cuerpo que me contiene.
Volver a mí es volver a la sensibilidad.
Volver a mí es reconocer los momentos que me acarician el alma.
Volver a mí es reconocer pequeñas acciones que me conectan con el placer real, con el disfrute honesto, con mínimos detalles que me hacen sentir gozo. Esas pequeñas y simples cosas que me hagan decir: Esto me hace bien.
Volver a mi es conectar con el disfrute que merezco, porque cuanto más gozo real vivo, más me acerco a la gratitud que me conecta con lo simple, lo profundo y verdadero.
Esto también es felicidad, con esta felicidad honro la vida.
Cuando decido ser feliz a través de lo que vivo, sabiendo que la paz y la felicidad están dentro de mí, estoy honrando a Dios en mi vida.
Emilu
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