Pequeños desvíos.


En ocasiones he perdido el rumbo que elegí hace algunos años. Antes de elegirlo venía por una ruta en la que transitaba inconsciente, en automático. La vida fue moviéndome a caminos desconocidos, caminos poco transitados, que son mirados con desconfianza y en ocasiones los juzgan como caminos raros por no ser convencionales.

Lo común y normal es que la sociedad, las necesidades, el ego, las creencias y las costumbres nos empujen como borregos por una ruta que muchas veces, cuando volteamos a ver lo transitado y hacemos consciencia de ello, sentimos vacío, nos sentimos llenos de frustraciones, de cansancio, y con una vida llena de búsquedas paralizadas.


En un momento en que mi maestra, la crisis, apareció en mi vida y después de unas cuantas bofetadas me mostró otra forma de mirar las cosas, ella misma trajo a mi vida personas, libros, videos y lecturas que capturaron toda mi atención y me hicieron cuestionar mi sentir, mis creencias, mis acciones y mi visión de lo que experimentaba. Desde ese momento he ido dando pasos por ese camino poco transitado con algunas cimas desde donde miro la vida con un cristal más amable para mí, desde otro ángulo, donde he entendido que todo se trata de mí. Este es un camino lleno de tropiezos, de miedos, incertidumbre, de trabajo personal, trascendencia, indagación, revisión de mi corazón, un camino de enfrentarme a mi misma, de enamorarme de quien soy, de aceptación y libertad; en su tránsito también he encontrado tranquilidad, paz y amor. Fue andando en él donde hice un gran compromiso, el más importante de mi vida y con la persona más importante de la vida, conmigo misma. El único y gran compromiso, cuidar de mi espíritu, de mi cuerpo, de mi corazón y de mi mente.


Me he puesto metas de tramos por recorrer y superar, algunas las he superado y otras no, en ocasiones el camino se me ha oscurecido, ha llegado la noche en mitad de la ruta, me he detenido para encontrar en mí la certeza de que siempre amanece, siempre aclara y el sol vuelve a salir para iluminar mi ruta y así seguir guiada por el corazón cargado de emoción.


Hace unos días caminaba, seguía adelante. Sin darme cuenta perdí el rumbo, cuando me di cuenta estaba dentro de un grupo de personas diferentes, todos haciendo su trabajo, todos ocupados en sus vidas, todos mirando hacia el horizonte que cada uno trazó, horizonte que observé y recordé. Por un momento lo contemplé y mi visión se nubló, lo escuché y  sus sonidos me aturdieron, segui ahi por un rato observando en silencio lo que sucedía a mi alrededor,  me sentí hechizada, y así caminé sabiendo que ya había pasado por ahí. Un poco después me tropecé, esto me sacudió y me dolió, pero no me tumbó.


Bendecido ese tropiezo que me hizo reaccionar para saber que había tomado un atajo, un desvío. 


Bendecido el tropiezo que me alertó cuando salí de la ruta, y también me permitió ver que puedo regresar con otro aprendizaje. Que me permitió ver algo más, que me ayuda a conocerme y a crecer como humana que soy. También me permitió reconocer que el desvío que me sacó de mi equilibrio es parte de lo hermoso de vivir.


Ahora comprendo que no se trata de no perderme en mi ruta, se trata de reconocer el desvío, aprender de él antes de retomar el camino elegido. Ahora entiendo que lo que deseo no es llegar a una meta, solo deseo disfrutar de este camino, amar sus obstáculos que ahora reconozco como peldaños que debo utilizar para seguir al siguiente nivel de aprendizajes. 


Emilu.


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