Somos el resultado de lo que vivimos.
Varias veces en el trayecto de mi vida me he detenido a mirar lo vivido. La primera vez que lo hice fue cuando cumplí cuarenta años, lo hice porque pensaba que esta era la edad en la que debes hacer un balance de éxitos, progreso, realización y resultados del camino recorrido. Esto respondía a una creencia de la sociedad, creencia que me hizo cuestionar lo que había hecho hasta ese momento, me refiero a logros como estudios, dinero, estatus social, negocios, pertenencias, etc.
La sociedad en la que me desarrollaba consideraba más importante el progreso económico, que otros logros intangibles y ahí andaba yo como muchos, ciega a lo verdaderamente importante, hipnotizada siguiendo patrones impuestos por la sociedad, cediendo a presiones sociales.
Después de observar mi vida a través del espejo retrovisor, reconocí mis logros que eran muchos y buenos, sin embargo, en ese momento de reconocimiento esbocé una mueca en mi rostro que parecía una sonrisa, me sentí frustrada, fue algo contradictorio, porque para el momento yo reconocía tener muchas cosas buenas, bendiciones como mi familia, sin embargo, prestaba más atención al hacer que al ser, esto me estaba llenando de frustraciones sin darme cuenta, frustraciones que podrían ser infertiles si no las revisaba minuciosamente. Me sentí fracasada, no veía mucho de lo que podría haberme sentido orgullosa y satisfecha.
Fue una de las primeras crisis que reconocí como tal, había tenido algunas más que no supe reconocer. Esto fue una señal de que estaba evaluando y poniendo mi atención en algo que no me daba felicidad. Esta crisis marcó el comienzo de algunos sutiles cambios en mi interior.
En los siguientes balances de vida cambie el foco de atención, comencé a agregar lo que cobraba mayor importancia para mí, mis sentimientos, mis relaciones con los demás, mi tranquilidad, el significado de la vida y el propósito de ella. Ahora todo se había enrumbado por un camino diferente al que transitaba antes, y en él continúo.
Hoy en día después de muchos balances, revisiones, introspección trabajo personal, terapias y lecturas, veo con claridad que somos el resultado de lo que hemos vivido, que nada ha sido casual, que nada ha sido bueno, ni malo, solo fue lo que decidí que fuera, y esto ha sido lo más complejo de comprender, no hay culpables afuera, solo hay un responsable y soy yo misma.
Adicional a ello, pude ver que el camino andado me ha llenado de sensibilidades, soy más empática, también más misericordiosa y compasiva conmigo misma y con los demás. Cuando evalué esto más a fondo encontré que no solo yo, sino la mayoría nos vamos volviendo más empáticos y misericordiosos con los demás a medida que vamos pasando por experiencias en la vida.
Somos co-creadores de nuestra realidad, con cada pensamiento vamos creando lo que vivimos, cuando nos hacemos conscientes de ello comenzamos a cuidar lo que pensamos, no es una labor fácil, son muchos años funcionando en automático, muchos años dejándonos llevar por dramas innecesarios, creencias limitantes, por las opiniones de los demás, limitaciones voluntarias e involuntarias, entre otras cosas.
Lo importante para hacernos conscientes de nuestros pensamientos, es fracturar, romper el automatismo y convertirnos en observadores críticos y cuidadosos de nuestro pensamiento. Comprender que si queremos hacer cambios en nuestra vida, el primer cambio es observarnos, aclarar qué queremos vivir y comenzar a dar pasos en ese sentido.
Esto lo escribo convencida que es una realidad, una verdad para mí, sin embargo, llevarlo al corazón, hacerlo parte de mi manera de actuar, integrarlo en mí y funcionar desde esa consciencia es un trabajo diario, cotidiano.
Quizás este trabajo de aprendizajes, de trascendencia y conciencia no tiene un final, pero en él quiero seguir ahondando.
Soy una maravillosa mujer muy agradecida, que continúo en proceso de aprendizaje, soy el resultado de todas mis experiencias.
Entendí que lo único que me llevaré al cambiar de plano son mis experiencias vividas, lo aprendido, lo amado y lo trascendido.
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