La inocencia
Me subí al carro de mi papá, íbamos de paseo, recuerdo que ese dia usaba mi pantalón de pana de color marrón, era mi favorito. Para el momento mi papá tenía un carro grande y a mi me gustaba acostarme en el espacio entre el vidrio y el respaldo de los asientos traseros. Desde ahí podía ver el cielo, en él observaba las figuras que forman las nubes, creaba historias en mi mente hasta llegar a nuestro destino.
En estos momentos pienso en eso y podría opinar que ese no es un sitio seguro, sin embargo a mis 5 o 6 años de edad no tenía miedo de ir ahí, además de esto, quien conducía era mi papá, yo estaba segura, recuerdo esa tranquilidad, podía dormir pacíficamente, mi héroe protector tenía el control.
Con el paso de los años vamos perdiendo la inocencia, la dulce confianza que ella nos da. Para funcionar en la sociedad nos recomiendan tener malicia, hay que desarrollarla si no se posee naturalmente, abrir los ojos, estar atentos. Esto es válido, así comenzamos a funcionar según lo dicta la sociedad, y así también comenzamos a tener miedos, nos creamos inseguridades y desconfianza.
Luego, cuando somos adultos entendemos que recuperar esa inocencia perdida nos permitirá entrar en el reino de los cielos, entendiendo el cielo como un estado de paz interior.
Buscamos diferentes formas, estrategias o métodos que nos señalen el camino de regreso a esa confianza y seguridad que disfrutamos. El regreso a casa.
Sumergida en esa búsqueda muchas veces me he preguntado; qué es lo que debo hacer, cuál es el siguiente paso.
La respuesta a mis preguntas es: nada. Entonces ante esto, tengo que cuestionarme lo siguiente: ¿creo en la divinidad, en Dios, en el universo o en esa energía amorosa que nos mueve, o le creo y confío en su infinito amor, en su voluntad divina, en que todo lo que sucede bajo su voluntad es perfecto para mí?.
Sin olvidar que vivo en la tierra y hago mi parte, lo que me corresponde. Yo decido creerle a Dios, la divinidad, el universo o la energía amorosa que me habita, entonces confío, vivo en paz y mi dia a dia es como la niña en el carro de su padre, pues en verdad aun soy esa niña inocente y el conductor es mi padre protector, quien me guia y me acompaña hasta mi destino, él está a cargo y tiene el control.
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