Viajar.

 Viajar.

Cuando viajamos estamos más vivos que nunca.


Casi sin planificarlo he viajado varias veces en los últimos años, me encanta, es una gran experiencia. Observar a las personas, las ciudades y sus particulares costumbres, rituales, comidas y además aprender de ello es fantástico. 


Viajar me ha enseñado a respetar las diferencias, aprender y  nutrirme de ellas, a no hacer juicios porque cada país, persona, cultura o comunidad tiene una respuesta para cada una de sus acciones. Actuamos según los parámetros culturales en los que nos hemos desarrollado. Somos diferentes en mucho y coincidimos mucho más.



Aún sin movernos del país, siempre estamos viajando y en cada viaje estamos transformándonos interna y externamente. Cuando nacemos hemos hecho el viaje más grandioso, trascendental y significativo; desde el vientre de mamá al mundo. Luego viajamos en las alas de la ternura, pasamos por nuestra infancia, uno de los viajes más importantes donde vamos con los ojos abiertos de par en par, aprendiendo, creando experiencias y recuerdos, nutriéndonos de quienes nos cuidan. Ellos a su vez van transmitiéndonos su idioma, cultura, creencias, religiones, valores, costumbres, principios y hasta frustraciones.


Seguimos el viaje por nuestra adolescencia, en éste nos despojamos de algunos condicionamientos familiares, culturales y sociales. En este alocado y maravilloso viaje vamos en las alas de la irreverente juventud, llenos de sueños, miedos y complejas mezclas de emociones. Vamos formando criterio propio y nuevas maneras de proceder. En este viaje vamos dejando de ser niños y a su vez vamos pasando a la adultez, donde va desapareciendo la ingenuidad,  la ilusión y el sueño de cambiar el mundo. 


Como adultos generalmente nos empeñamos en subirnos al vuelo del hacer y tener, para luego considerar la opción de viajar a un momento en la vida en el que queremos descubrir nuestro verdadero ser. Quienes nos enrumbamos en este camino vivimos muchas experiencias de cambio, de crecimiento, trascendencia, entre otras, que  generalmente nos enfrenta a situaciones difíciles de gestionar, a conflictos internos, a cuestionar todo o casi todo y aún así queremos continuar, sabiendo que este viaje no tiene retorno. Seguimos aprendiendo, adquiriendo herramientas y fortalezas que utilizaremos en este andar.


Es necesario llevar una maleta llena de comprensión, compasión, misericordia, contención, confianza y amor. Todo esto lo utilizaremos en este viaje hacia el encuentro con nosotros mismos. El viaje más importante de la vida. Un viaje sin distancias hacia la paz interior.


Ninguno de los viajes que he descrito tiene edad o tiempo, es particular y propio de cada ser humano. 


En algunos de mis viajes me encontré con tempestades y tormentas que me asustaron,  luego entendí que eso también forma parte del recorrido, que gracias a ello aprendí más de lo que sufrí.


En el camino tuve que cambiar el rumbo planificado, lo que me llevó a entender que todo cambia así como yo. El mejor de los cambios o transformación que pude  experimentar fue hacerme flexible ante lo que no pude controlar.


Ahora viajo más confiada, sabiendo que a veces tomo un camino que creo conocer, que considero el apropiado y sin embargo mi regreso a casa puede darse por un camino diferente, desconocido pero necesario para mi. 


En este andar se que podría perderme,  para luego encontrarme y ahí reconocer que está bien decidir viajar sin expectativas, aceptando los cambios  y reconociendo lo bello en cada paraje que visite en mi recorrido o estancia. 


Hace algunos días sentí la necesidad de emprender un viaje de nuevo, ir a mi interior , al centro de mi corazón a escucharme, a sentirme, a aceptarme plenamente, a observar amorosamente eso que muchas veces no me he atrevido hacer.  Esta vez iré a  mínima velocidad. Le echo un vistazo a mi maleta y descubro que se coló el miedo y la incertidumbre, cuando los ví los acepte como parte de mi equipaje y entonces decidí llevar conmigo; amor, pasión, consciencia para cada paso que doy y la importante guía de mi GPS interno, mi corazón, él me da certeza en el rumbo.


En esta oportunidad me subo en alas del compromiso.  Iré allí donde he ido en varias oportunidades y en cada una he conocido algo nuevo de esa gran parte poco iluminada de mí.


Estando en el camino siento que como antes me distraigo con mi entorno, entonces me detengo, hago una pausa, respiro con consciencia de lo que quiero y en esta pausa me encuentro con mi gran aliado y cómplice de este viaje: Mi guía, en mi respiración profunda y consciente me conecto con esa energía que no se definir, pero sin embargo siento que me habla al oído: No temas, aquí estoy. Junto a él decido ir a un lugar en mi interior, me quedo un ratito ahí, solo respirando y sintiendo. Me abrazo. Cuanto más me quedo ahí más sentido le encuentro al viaje, comprendo que nada me falta, que soy un ser completo y que el universo en su grandiosa perfección me apoya en todo. Es ahí que me siento amorosamente invadida por el sentimiento de gratitud y decido rendirme ante la grandeza del amor que llevo dentro.


Es ahí donde han llegado las respuestas a algunas preguntas, dónde he visto con claridad cuales son mis pasos siguientes. Será mi decisión mantenerme en ese rumbo que me llevará a cambios seguramente significativos, así como también será mi decisión no obedecer a ello y cambiar el rumbo.

 

Siempre nos encontramos ante un camino bifurcado.

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