La vida no se detiene

Ocasionalmente he sentido que estoy en un momento de estancamiento. Pensar que estoy en automático y que nada sucede es sentir que los días transcurren todos iguales: días rutinarios, sin nada nuevo que contar.

Después me doy cuenta que, en realidad, he estado desconectada; no he alcanzado a percibir el proceso silencioso que la vida ha estado gestando.

A veces pienso que he estado distraída, que no presto atención a mi entorno, a las señales. Pero la realidad es que no es así. Muchas veces, mi realidad tangible es la rutina; mi realidad invisible e intangible es el movimiento, porque la vida no se detiene. Siempre se mueve: es energía, movimiento y cambio. Igual que nosotros: somos energía.

Lo maravilloso de esto es que la vida me sorprende de diferentes maneras, y no puedo cuestionarme o maltratarme por no haberme dado cuenta antes. Porque esos procesos que se tejen bajo la superficie de lo cotidiano —lo que no es evidente ni visible— siempre vienen en mi favor, y es esto de lo que debo convencerme.

Muchas veces, la vida me sorprende con cambios que me llenan de alegría, y ahí es fácil aceptar y agradecer. Pero otras veces me sorprende con situaciones que no entiendo, que duelen o que me llenan de miedo. Y es ahí cuando se pone a prueba mi confianza en que siempre estoy sostenida. Aun sin entenderlo, aun con miedo o con dolor, mi confianza en la vida me animará a agradecer: en primer lugar, el poder ver el aprendizaje, la bendición o la oportunidad de crecer en cada ocasión; y luego, agradeceré las herramientas que poseo para gestionarlo. Cuando hago este proceso, que se da en mis silencios, comienza a abrirse un abanico de posibilidades, la claridad se muestra ante mis ojos y reconozco que siempre estoy asistida.

Es normal y válido que las situaciones difíciles me muevan y afloren en mí algunas emociones que me perturben. Lo que corresponde es sostener la emoción y estar atenta a lo que siento, sin hacer juicios; permitir que, paso a paso, la emoción se diluya y, en esa disolución, me permita ver lo que realmente voy a necesitar para transitar la dificultad que enfrento.

Luego me voy dando cuenta de que siempre podré gestionar lo que llegue a mi vida; que las herramientas vienen adheridas a la situación; que también vendrán personas que me acompañen a transitar los puentes que son inevitables cruzar.

La vida sigue actuando, y yo seguiré confiando en que se va a revelar lo que se gestó en perfecta armonía para mi bien, para mi crecimiento y evolución. Así, perderé la ansiedad y la necesidad de saber el resultado de lo que estoy enfrentando.

Yo confío en que Dios, la vida, el universo o la divinidad no se equivocan. Entonces, la oración que me sostiene en este momento comienza siempre con gratitud infinita por una nueva forma de ver las cosas.

Emilu.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

La cocina en mi familia

Una vida con sentido.